Iria Massotti
Carece
ya de sentido que sigamos apartándonos de la supuesta naturaleza, alegando que
son dos sectores distintos el de naturaleza y cultura: el hombre y lo natural,
la mente y el cuerpo, el sujeto y el objeto, el individuo y la sociedad. Esta
dualidad latente no hace más que impedir el verdadero acercamiento ecológico a
la relación que existe entre los humanos y el medio ambiente.
Esqueleto humano |
Feto, por Leonardo Da Vinci |
Occidente
considera naturaleza aquello que aún no ha pasado por las manos del humano, y
por lo tanto sigue siendo salvaje. Sin embargo, esta definición no deja de ser
un cúmulo de conceptos variables y subjetivos en función de la condición
socio-cultural del observador. Por ejemplo, Viveiros de Castro (Castro, 2004) nos explica cómo
en la cosmología amazónica, la noción de persona incluye a animales, plantas,
espíritus y seres humanos, vivos o muertos, mientras que en occidente la noción
de persona contempla únicamente a humanos y empresas (persona física y jurídica).
Esto desdibujaría por completo la noción de humano ya que, según el
perspectivismo amazónico, existe una analogía que provoca que cada especie vea
a sus semejantes con forma de humano, y al resto con una “ropa” o
disfraz, al cual nuestra especie le atribuye nombres tales como jaguar,
serpiente, planta o espíritu. De forma que los jaguares, entre ellos se ven forma de humanos, y a nosotros nos ven el disfraz.
La
noción de salvaje también es sospechosa de fraude, por ser extremadamente
conceptual y subjetiva, de nuevo en función de la perspectiva socio-cultural
del observador. En occidente consideramos salvaje todo aquello que no haya
pasado nunca por las manos del humano. Sin embargo, pocas cosas no han pasado
aún por el humano, teniendo en cuenta que incluso la propia selva amazónica ha
sido ya cultivada por los distintos grupos étnicos nómadas, y cubierta de
vegetación condicionada por las necesidades de los indígenas que la trabajaban.
Indígenas Karajá de Brasil |
En
la recopilación de textos de Erich Scheurmann (Erich Scheurmann, 1975), por ejemplo,
podemos ver qué noción de salvaje tiene el jefe samoano Tuiavii de Tiavea
cuando se dirige a sus conciudadanos, siendo el salvaje, en este caso el
occidental, al que ellos llaman los papalagi:
“Los
papalagi hacen muchas cosas que nosotros no podemos hacer… cosas que no
queremos poseer de ninguna manera, pero que todavía son admirables para los que
son débiles entre nosotros, dándoles desmesurados sentimientos de inferioridad…
Los papalagi tienen la habilidad de cambiarlo todo con su lanza. Cogen el
relámpago salvaje, el fuego ardiente i las aguas rápidas y los someten a su
voluntad. Les encierran y les dan órdenes. I éstos les obedecen. Se convierten
en fuertes guerreros sólo para ellos. Los papalagi son capaces de convertir el
relámpago salvaje en más rápido aún y más luminoso, el fuego ardiente en más
intenso i el agua más rápida de lo que ya es. Realmente los papalagi parecen
ser los “rompedores del cielo”, los mensajeros de Dios, a causa de su dominio
sobre la tierra y el cielo.”
Este
discurso es una profunda crítica del indígena al hombre occidental y a su forma
de dominar la naturaleza de la que habla. Y, por lo tanto, tal descripción me
lleva a pensar que el humano occidental no tiene una noción lo suficientemente
profunda y reflexiva respecto a la analogía de las distintas especies de las
que el perspectivismo amazónico habla, y, por lo tanto, su discurso antitético
naturalista de separar naturaleza de cultura carece de sentido.
Por otro lado, Descola
cataloga esta persistencia de distinción entre naturaleza y cultura como “la
piedra de toque filosófica de toda una serie de oposiciones binarias
típicamente occidentales que los antropólogos han criticado con éxito”. En todo discurso binario
podemos ver una clara necesidad de imponer límites, ya sea al cuerpo
físico, para designar dónde acaba el humano y empieza el resto, o dónde acaba
el sujeto y empieza el objeto, o dónde acaba el individuo y empieza la
sociedad. Es como si tuviéramos miedo a la libertad absoluta de la que habla
Erich Fromm (Erich Fromm, 1941), donde cada uno es capaz de no poseer nada, de
asumir que es por el simple hecho de existir, y no por los límites que el
occidental se marca constantemente, para intentar controlar y definir la
realidad.
BIBLIOGRAFIA
Castro, E. V. de. (2004). Perspectivismo y
multinaturalismo en la América indígena. In Tierra adentro. Territorio
indígena y percepción del entorno (pp. 37–79).
Erich
Fromm. (1941). Miedo a la libertad. Estados Unidos.
Erich
Scheurmann. (1975). Los papalagi. Amsterdam.
Philoppe Descola, G. P. (1996).
Introducción. In Nature and society: anthropological perspectives (pp.
11–33). Routledge, London.
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