Iria Massotti
El
simple planteamiento de que plantas, animales y humanos podamos compartir códigos
morales, podría provocar que cualquier lector occidental, en su sano juicio y
raciocinio, catalogara este artículo de fantasioso. Ya no digamos si en este
mismo párrafo inicial incluyéramos otros conceptos tales como el alma de un
arbusto, la conciencia reflexiva de una serpiente, las emociones de los
espíritus o la transmisión de pensamientos telepáticos, de unos a otros.
Amerindios de la Amazonía brasileña |
Muchos
hemos visto, en campañas ecológicas que circulan en Youtube (TVE,
2014), las imágenes de ríos de polluelos piantes y
amarillos, resbalando por una cinta industrial de distribución, mientras un
humano con guantes blancos y movimientos tan mecánicos como los de la cinta,
examina alguno al azar: le separa las alas, le estira las patas y lo vuelve a
lanzar por uno de los dos conductos de acero, en función del sexo.
Según
el antropólogo francés Philippe Descola (Descola,
2004), el pensamiento moderno distingue entre persona y
naturaleza, siendo este último lo opuesto a todo aquello que tenga que ver con
el ser humano, o haya sido antropizado, ya sea social o culturalmente.
Siendo
coherentes con esta descripción de naturaleza, los pollos de la cinta,
fabricados en la industria alimenticia, no son naturaleza en occidente. Y de
igual modo, tampoco lo son los huertos, granjas o incluso las playas
construidas con fines turísticos, o los bosques forestales accesibles desde la
urbe o atravesados por carreteras. ¿Qué incluye entonces el concepto de
naturaleza? ¿Queda algo virgen bajo el influjo del ser humano?
Las mujeres Achuar establecen una relación maternal con las plantas
Mono del Amazonas |
Según
Descola, hasta la propia selva amazónica ha sido modificada, artificialmente,
por distintas poblaciones a lo largo de varios milenios, con el fin de aumentar
el índice de biodiversidad. Pero el pensamiento moderno insiste en separar al
ser humano del resto de especies, englobando a éstas últimas en una romántica y
conceptual “naturaleza”, nada definida a efectos de lógica coherente,
pretendiendo, además, extrapolar dicho concepto a otras culturas que carecen
del término.
En
las cosmologías amazónicas, por ejemplo, encontramos que no se establece
ninguna distinción entre humanos, vivos o muertos, plantas, animales o
espíritus. Así, Descola nos habla de un “hiperrelativismo perceptivo” que
permite a todos estos seres metamorfosearse los unos en los otros, dependiendo
del punto de vista que se adquiera. Así, lo que diferencia a unas especies de
las otras es lo que comen y quién les come a ellos a su vez. Y nos ilustra con
algunos ejemplos relacionales de grupos étnicos como los Achuar o los Makuna.
Mientras
las mujeres Achuar establecen una relación maternal con las plantas, los
hombres Achuar atribuyen a sus presas el estatus de cuñados, por tratarse de
interacciones difíciles e inestables, pero respetuosas. Para éstos, todos los
seres ya nombrados están dentro de la categoría de personas, de la misma forma
que para los Makuna son todo “gentes”. Sin embargo, el cazador Makuna establece
una relación de cónyuge con su caza.
Bosque Boreal Canadá |
En
nuestro rotundo escepticismo occidental donde los pollos son para comer y las
serpientes para fabricar zapatos o admirar en el zoo, podríamos pensar que tal
coincidencia de cosmología entre dos grupos es debido a características de
practicidad del ecosistema donde viven. Sin embargo, Descola nos habla también
de unos indígenas de la región subártica del Canadá, donde el bosque boreal
presenta rasgos exactamente opuestos a los de la selva amazónica. Estos
canadienses, no solo personifican a los animales, sino que hablan también de la
envoltura corporal como mero disfraz, mostrándose su auténtico aspecto
únicamente a través de los sueños.
Así
que, mientras los occidentales y norteamericanos consideramos a los humanos
como la especie dominante, única en su reflexión y distinta a la naturaleza,
sea lo que sea este concepto, otras culturas le atribuyen un alma a animales,
plantas y humanos, todos ellos con capacidad de intención, conciencia
reflexiva, vida afectiva o respeto hacia principios éticos, lo cual parece no
estar tan presente en nuestra noción suprema de ser humano.
Si el ritual con los despojos de la presa se lleva a cabo correctamente, la víctima se volverá a reencarnar en el mismo animal
¿Y
qué entendemos por principios éticos? Pues de nuevo volvemos a tener una
abismal diferencia ya que, mientras para nosotros es una cuestión de no empujar
demasiado en el metro y masticar la carne con la boca cerrada, para los
indígenas la caza se convierte en el juego de seducción de un amante, donde los
dones del cazador juegan un papel importante a la hora de ejercer una presión
mágica que someta la voluntad de la presa, transmitiendo el respeto necesario
por la suerte de ésta y evitando sufrimientos inútiles. Luego, si el ritual con
los despojos de la presa se lleva a cabo correctamente, la víctima se volverá a
reencarnar en el mismo animal.
Por
lo tanto, evidenciada la gran diversidad de puntos de vista, la dualidad entre
naturaleza y humano carece ya de sentido, al igual que la arrogante
superioridad del humano occidental con respecto al resto de las especies que,
por otro lado, no pierden el tiempo en tales banalidades clasificatorias.
Bibliografía:
Descola, P. (2004). Las cosmologías indígenas de la Amazonía.
In Tierra adentro. Territorio indígena y percepción del entorno (pp.
25–35). WGIA.
TVE.
(2014). Así es el proceso de producción de los pollos. España. Retrieved from
https://youtu.be/djB23TY03Tg
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