Aunque parezca poco creíble, existen personas resistentes a las redes sociales. Entes que no suelen frecuentar Facebook o Twitter, y que no suelen abarcar más de tres o cuatro lazos fuertes de interacción social, y el resto, dispersos débiles y de rápida movilidad.
Las redes sociales
hoy en día generan una “supersocialización” de lazos débiles: contra más
amigos, menos valor emocional le atribuimos a cada uno. Sin embargo, a
pesar de lo relevante de la era digital en la que estamos viviendo, no creo que
sea tan poco común esta forma de interactuar, más introvertida en cuanto a
redes digitales, ni el anhelo de evadir la densidad de la comunicación que
suponen éstas, así como la gran inversión de tiempo que suponen. De hecho, los
no usuarios de redes digitales son un grupo bastante importante en la sociedad,
que consideran las interacciones surgidas de éste tipo de portales interactivos
redundantes y poco relevantes.
Este grupo de
personas no son consideradas normalmente a la hora de analizar el
comportamiento de la sociedad o el movimiento de la opinión pública, ya que tal
análisis surge a partir de las bases de datos públicas y accesibles que las
plataformas online ofrecen. Sin embargo, la utilización de ambos conceptos,
sociedad y opinión pública, requieren la participación de al menos la mayoría
de la población, del territorio geográfico que estemos abarcando en nuestro
análisis.
Según el
antropólogo económico José Luis Molina (Molina, 2011), los usuarios regulares de estas
plataformas digitales de interacción se mantienen atentos a “normas de etiqueta
cada vez más difíciles de satisfacer”, de forma constante, tales como revisar
mensajes, seguir a quien te sigue y demás. Sin embargo, esto provoca una
disminución de calidad de contenido, fruto de una falta de capacidad de
atención.
Bibliografía:
Molina,
J. L. (2011). Lychnos. Los Cambios Culturales Provocados Por El Software
Social.
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